A medio deconstruir

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Podcast por Paco Estevarena

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Relatos de un equis de la generación equis
       

El sindicato único de hijos únicos

Hay dos condiciones principales que definen al hijo único y ninguna de ellas es la de no tener hermanos. Se trata de la obligación de notoriedad y la propensión al aburrimiento. 

Es normal que el hijo único crea que tiene que sí o sí destacar en algo para ganar su condición de “ser”. Una meta difícil de lograr, ya que siendo bueno o aún muy bueno en alguna actividad, la trascendencia en términos de relevancia pública es algo reservado para un grupo minúsculo de privilegiados. Esta ambición suele comenzar a edad temprana, a poco de que el niño empieza a relacionarse con otros por fuera de su núcleo familiar. De repente, descubre que no es el foco exclusivo del interés de quienes lo rodean, a la vez de que deja de ser festejado por cualquier cosa, es decir, de ser admirado sin mérito. Tras el choque con la realidad, padecerá una sensación profunda de desengaño que lo marcará para siempre y lo introducirá en una carrera desenfrenada. Primero, por probarse a sí mismo su valía. Luego, por convencer a otros de ésta. Aún sin que nadie se lo exija, intentará demostrar a toda costa a la sociedad – pero especialmente a sus propios padres – que es digno de recibir aplausos y que estos son merecidos. Así, tentará suerte de forma sucesiva en distintas disciplinas hasta encontrar aquella que le dé las mayores chances de éxito y exposición. Nada lo desviará de su destino de megalómano. Insistirá, aunque a lo largo de su camino de insensatez sea advertido de que la notoriedad suele ser inconveniente para la felicidad, innecesaria para un buen pasar económico e inútil para la salud. Por ende, prescindible.

El aburrimiento es inherente y excluyente de quienes son criados en soledad. Basta con figurar cualquier situación hogareña cotidiana para entender que el infante solitario paga su tranquilidad con tedio. Por el contrario, las relaciones fraternales hacen imposible el sopor, ya sea durante el trato cordial o la pelea. Aquellas situaciones que los grupos de hermanos pueden considerar a priori alentadoras, como unas vacaciones familiares, son hastío garantizado para el niño que depende de sus padres para la diversión. En esos casos, se esperará que si el chico es bien educado se entretenga solo, con cosas de adultos o que satisfaga sus necesidades de socialización durante un encuentro circunstancial breve con otros coetáneos. Niños en su mayoría con hermanos y sin tiempo ni interés de saciar su escasez de compañía. Esto convertirá al desdichado en un ermitaño juvenil o en alguien percibido por sus pares como un pesado cargoso, lo que en cualquiera de los dos casos conduce a la introspección y, en consecuencia, otra vez al aburrimiento.

Como algunos ya saben (y otros se imaginan a esta altura del relato), yo soy hijo único. Aceptaría los cuestionamientos de quienes comparten esta condición conmigo, por haber revelado al resto nuestros vicios y debilidades. Sin embargo, no les pido disculpas. Por el contrario, amparado en el mérito de ser alguien que ha perseguido la celebridad y fracasado en todas las artes, ostentando la virtud de quien se ha enamorado y sufrido de amor mil veces más de aburrido que de otra cosa, aprovecho en este mismo acto para fundar y a la vez proclamarme secretario general del Sindicato Único de Hijos Únicos, SUDHU. Los convoco, camaradas del cuarto propio. Vengo para transformar la compañía solitaria que nos devuelve el espejo en un reflejo colectivo de todos nosotros. Como hijo único y padre de una hija única pero por siempre hermanado con cada uno de ustedes, me comprometo a representarnos sin ninguna otra motivación más que la de derribar los prejuicios sociales y culturales que recaen sobre los de nuestra clase. 

“Los hijos únicos no tienen competencia.”

Falso. La comparación siempre existirá y además idealizada, ya sea con algún primo, vecinito o hijo de otra pareja, que sin excepción será más estudioso, más educado o más de lo que venga al caso. Como cualquier divinidad, será de virtud inalcanzable y omnipresente, justamente gracias a su ausencia. Por eso, el hijo único nunca podrá tener a mano al palurdito ejemplar para intentar demostrar lo contrario o hacerle una maldad instantánea. Esto se mantendrá aún después de abandonado el nido parental en cada encuentro familiar o llamado telefónico, ahora en formato de boletín informativo periódico sobre los logros adultos del otrora niño modelo.

“Los hijos únicos tienen toda la atención de sus padres.”

Falso. En caso de prescindir de más hijos, el progenitor masculino distribuirá su atención entre mascotas, herramientas y vehículos. Todas entidades no humanas aptas para ser bautizadas ya sea con nombres cristianos o de fantasía, tan o más queribles que su propio retoño. Si acaso la madre decidiera centralizar toda su atención en el niño, se lo recriminará en voz alta de por vida, comenzando desde antes de que el infante tenga uso de razón o capacidad de entender palabras. 

“Los hijos únicos son todos unos mimados.”

Falso. Padre y madre no tendrán que elegir a la hora de volcar su frustración adulta. A diferencia de quienes tienen hermanos, que reciben solo una porción de la torta de ira parental, el hijo único se asegurará en todos los casos un empacho de tortazos. 

“Los hijos únicos la tienen fácil ya que heredan todo para ellos.”

Falso. No existe posibilidad alguna de que un hijo único tenga una relación financiera sana con sus padres. Además, como depositario exclusivo de su legado, correrá el riesgo de incumplir de modo sucesivo todas las expectativas de sus progenitores en cualquier rubro. Esto lo convertirá en un deudor crónico, con todo su crédito agotado a poco de ingresar a la edad adulta. Salvo excepciones, vivirá en conflicto familiar y, por ende, llegará desheredado al momento supuesto de recibir la fortuna.

“Los hijos únicos son caprichosos y egocéntricos.”

Falso. Si bien todo lo que hace el hijo único es en beneficio propio, posee el don justo de saber que si es bueno para él, es mejor para todos. Comprobación fehaciente de ello, es la Política de Hijos Únicos puesta en práctica entre 1979 y 2015 por la República Popular China. Lejos de un control de natalidad, se trató de un plan del comunismo cuyo objetivo principal era elevar el nivel de conciencia colectiva y consideración por el prójimo de su población. Hoy, con China transformada en potencia mundial, se demuestra lo acertado de la medida del gobierno oriental socialista, que nunca puso en riesgo su eficiencia productiva ante la que se supondría una multitud de vagos narcisistas consentidos.

La verdad se resume en que si a veces los hijos únicos somos medio pelotudos es porque siempre, aún acompañados y en cualquier etapa de la vida, nos sentimos un poco solos. Esto no impide que de nuestras filas hayan surgido grandes exponentes como John Lennon, Leonardo Da Vinci o Di Caprio, Eleanor y Franklin Delano Roosevelt, Annie Lennox,  Burt Bacharach, Mahatma Gandhi, Elvis Presley, San Juan Bautista, Elton John, Natalie Portman, Robin Williams, Cole Porter, Frank Sinatra, Adele, Jean-Paul Sartre e Isaac Newton, entre otros. Y el más importante de todos, por supuesto, yo.

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